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Santi, el pintor de los sueños

Gregorio Santiago Rodríguez Mas, conocido como «Santi», no fue una persona desconocida en Sestao, su localidad de residencia durante los últimos 40 años. Sus dotes pictóricas le convirtieron en un personaje de referencia dentro del mundo artístico, pero tras su fallecimiento en el año 2008, Mª Ángeles, su única hija, tuvo miedo de que una vez apagada la llama y con su obra dispersa por varios países, su padre cayera en el olvido.

Una trayectoria vital y artística de casi 90 años merecía respeto y consideración, así que se puso manos a la obra y reunió cuadros, documentos, fotografías y testimonios de quienes le conocieron de primera mano y se propuso plasmarlo todo junto en un libro que reconociera su figura y sirviese de homenaje. Porque digan lo que digan, nada como el papel como para conservar los recuerdos.

Santi, el pintor de los sueños

Así nació «Santi, el pintor de los sueños», un volumen de un centenar de páginas en las que se desgrana la vida y obra de este artista. Os resumimos aquí los pasajes más destacados de su vida:

Santi nació el 30 de abril de 1919 en Usansolo (Bizkaia) y comenzó a ir a la escuela con 6 años, pero su maestro decía que lo único que le gustaba era dibujar. Tras constatar el desinterés de Santi por los estudios, su madre quiso que aprendiera el oficio de zapatero junto a su padrastro. A los 13 años, el joven abandonó el colegio y comenzó a elaborar calzado para los baserritarras de la zona. Dima, Iurre y sus alrededores eran municipios que habitualmente recorría acompañado de un lápiz y una libreta en la que iba haciendo bosquejos para entretenerse.

Santi junto a sus compañeros en la escuela de Usansolo (Bizkaia)
Santi junto a sus compañeros en la escuela de Usansolo (Bizkaia)

El estallido de la Guerra Civil sorprendió a Santi en Usansolo. Tenía 17 años y decidió alistarse como voluntario en el Ejército de la República creyendo ingenuamente que de esa forma tendría la posibilidad de salir de casa y ver mundo. Así ingresó en el cuartel de Basurto (Bilbao), donde recibió instrucciones para el manejo de armamento. Después, fue destinado al batallón comunista Facundo Perezagua, una compañía compuesta en su mayoría por obreros de la Zona Minera vizcaína.

Una de sus primeras acciones fue participar en la ofensiva de Vitoria-Gasteiz. Posteriormente, fue enviado a combatir al frente de Oviedo, donde fue hecho prisionero de guerra y destinado a trincheras de castigo en Algeciras (Cádiz). Allí, un alto mando tuvo noticias de la habilidad de Santi para el dibujo y le encomendó retratar a toda su familia a cambio de recibir un trato mejor.

Durante algo más de un año estuvo preso en un campo de concentración, donde se refugió en sus dibujos para sobrellevar el hambre

Posteriormente fue encarcelado en el Monasterio de Corbán (Santander), reconvertido en campo de concentración durante la contienda. Allí permaneció a base de agua, pan, sardinas y patatas durante más de un año en el que consiguió abstraerse de la realidad refugiándose en sus dibujos.

Cuando Santi recobró la libertad en 1939, regresó al domicilio familiar, por entonces establecido en Sestao, y retomó su trabajo en el negocio de reparación de calzado. No obstante, sus inquietudes artísticas seguían aflorando, por lo que decidió perfeccionar su técnica con profesores de las academias de Bellas Artes de Barcelona y San Fernando de Madrid.

En 1944, conoció a la que se convertiría en su compañera para toda la vida. Se llamaba María Ángeles Capilla y había nacido en Soria. El 26 de diciembre de 1946 la pareja contrajo matrimonio y se instaló en Sodupe. Allí alquilaron un piso y un local en el centro del pueblo en el que acondicionaron un taller de reparación de calzado. Dos años después nació su única hija, María Ángeles Rodríguez Capilla. En sus ratos libres Santi continuaba pintando.

Santi el día de su boda con M. Ángeles Capilla
El día de su boda con M. Ángeles Capilla

Una madrugada del año 1951, la policía llamó a su puerta para alertarle: el taller de bicicletas que había junto a su comercio estaba en llamas y el incendio se había propagado a la zapatería. Lo perdió todo. Ante tal situación, el matrimonio decidió emigrar a Punto Fijo (Venezuela), una ciudad joven que crecía a un ritmo vertiginoso gracias al asentamiento de dos refinerías de petróleo y en la que ya vivía Marcelina, hermana de Santi.

En el país sudamericano, Santi abrió un taller para ejercer como zapatero y en el que poder dar rienda suelta a su pasión por el arte, pero pronto se topó con que a pesar de que el precio del calzado era barato, los criollos preferían usar alpargatas debido al calor, además, tampoco mostraban interés por la pintura.

En Venezuela, los criollos preferían las alpargatas a los zapatos y no mostraban interés alguno por el arte

Su cuñado Manuel, que regentaba el bar del hotel “Euskalduna”, habló con las empresas cerveceras que le suministraban bebida para que Santi les rotulara carteles publicitarios dentro del establecimiento. Los responsables de “Zulia” accedieron a la propuesta, y Santi dibujó en la pared del local un águila que representaba el logotipo de esta marca cervecera. Los propietarios de la bebida quedaron tan complacidos que repitieron la experiencia en otros bares, permitiendo de este modo que el pintor vizcaíno se adentrara en el mundo del arte publicitario decorativo y la escenografía.

Más tarde, se sumaron a la iniciativa otras marcas como “Polar”, “Caracas”, “Pepsicola”, “Creole” y “Shell”. Entretanto, ocupaba su tiempo libre con la pintura, y su constancia dio frutos unos meses después, cuando recibió el encargo de pintar un cuadro del Libertador Simón Bolívar. Este trabajo le permitió conocer a periodistas y otros artistas venezolanos, quienes le apoyaron en las exposiciones que realizó con posterioridad. Sus cuadros comenzaban a venderse.

Santi, tercero por la derecha, en la cafetería del Hotel Euskalduna (Venezuela)
Santi, tercero por la derecha, en la cafetería del Hotel Euskalduna (Venezuela)

Durante unos años, las cosas marcharon bien para el matrimonio, pero Santi añoraba Bizkaia. Por ello, una vez que su hija adolescente concluyó los estudios, decidieron regresar a Sestao.

En 1968 llegaron a la localidad fabril y abrieron una tienda de ultramarinos. Su mujer y su hija atendieron el negocio, mientras Santi prosiguió con su actividad artística y se promocionó como publicista. En este terreno, su primer encargo llegó a través de uno de los propietarios de Cafés La Fortaleza, quien le pidió que rotulara la flota de furgonetas, y así Santi reanudó su profesión como publicista en Bizkaia.

Cuando el matrimonio se jubiló, aprovechó para iniciar un periplo de viajes que le llevó a conocer los museos y las obras de arte con las que siempre había soñado. También viajó a menudo por Burgos, Asturias y Galicia para pintar sus pueblos. Además, continuó con las exposiciones, un excelente escaparate para vender los cuadros tanto dentro como fuera del Estado español, en lugares tan diversos como Bélgica, Italia, Francia, Colombia, Venezuela y México.

Santi Rodríguez junto a una pintura que refleja el caserío “El Charro” de Sestao en 1968
El artista junto a una pintura que refleja el caserío “El Charro” de Sestao en 1968

Con la incorporación de Ángel Asensio “Txentxo” en el área municipal de Cultura del Ayuntamiento de Sestao, Santi recibió un gran espaldarazo en su trayectoria artística, ya que este le apoyó incondicionalmente, promovió diferentes exposiciones e incluso le organizó un homenaje en junio del año 2000, coincidiendo con las fiestas patronales de San Pedro, en las que actuó como pregonero y recibió una makila.

Santi Rodríguez durante el homenaje que se le rindió en Sestao en el año 2000
Durante el homenaje que se le rindió en Sestao en el año 2000

Pero su sosegada vejez se vio interrumpida repentinamente por la muerte de su esposa Mª Ángeles, su compañera de alegrías y penas, su colega, su timón, su apoyo, su inspiración, su musa… Volvió a abandonar la pintura y se refugió en la soledad. “Ya pintaré cuando llegue el invierno”, decía. Y unos meses después volvía a disculparse con un “en verano, con el buen tiempo”. Pero ya no pintó más.

Pasó los últimos ocho años de su vida recogido en su casa, hasta que una mañana de abril de 2008 tropezó y cayó al suelo. Aquel accidente doméstico fue el principio del fin. Su organismo comenzó a deteriorarse y sufrió fuertes dolores que se prolongaron durante cuatro meses. Finalmente, fue ingresado en el hospital de Galdakao, muy cerca del lugar donde nació, y permaneció en una habitación desde la que podía contemplar el majestuoso monte Gorbea. Y así, el 30 de agosto de 2008, aquella mirada fija en el paisaje vizcaíno se apagó para siempre, y con ella una larga y agitada vida, la energía y el optimismo que siempre le caracterizaron.

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